Métodos para no llorar. Por Mariano Casas Di Nardo

Todos quisiéramos tener un sótano como Boris y Atalia para escaparnos de la realidad que muchas veces nos arrincona, nos oprime las ideas y nos paraliza. Un lugar donde el tiempo pase a otra velocidad y donde imperen nuestros deseos y se materialicen nuestros sueños reprimidos. Porque el mundo, por lo general, no gira como pretendemos y el miedo y la inexperiencia nos juegan una mala pasada. Entonces un universo idílico paralelo sería lo conveniente. O al menos una estructura para no sufrir. Donde todo sea más cómodo, amigable. Pero no. La vida es hostil, el prójimo es burlón. Y un cuchillo filoso, como reza su dramaturga, no es del todo suficiente.

Afuera el apocalipsis y dentro, dos chicas jóvenes, bella una; la otra perdida en su ira y en su hambre. Un ambiente de dos por dos y una humedad que jaquea el buen vivir. Dos mujeres que sufren el exterior y se protegen mutuamente. Dos humanidades que a veces coinciden y otras no. Y cuando se rozan, más que una unión es un rasguño. Un raspón. Una molestia. Pero también se reinventan. Se mienten, se necesitan, se odian y se padecen.

Josefina Sabaté y Baudron –así se llama su directora– dispone del poco espacio del escenario del teatro de manera tal que parece gigante. No porque le incluya espacios inexistentes, sino porque el afuera imaginario nos supone que donde convergen las dos protagonistas, es sólo un punto en la inmensidad gris. Y es gris, porque todo nos hace pensar que el abismo está afuera. Y es ese refugio el que las separa del ocaso.

El protagonismo pareciera ser de Atalia –Martina Schvartz– por ser la iniciadora de esta historia, pero es Boris –Bárbara Molinari– quien refuerza con sus histriónicas pinceladas, un guión que nunca se sabe para donde va. Y desde su primera intervención se gana el afiche. Ella maneja los tiempos y da vida al resto. A su partenaire y a los cambios de clima, que hacen de ecualizador de la trama.

Métodos para no llorar desconcierta en gran parte de sus sesenta minutos. Intención de su autora que se cumple hasta que una de ellas emite la frase que da título a la obra. Y allí cierra todo. Lo demás son eventualidades. Pueden suceder como no. Las cebollas, el encierro, la locura, el ayer, el hoy, el miedo, el deseo y sus respectivos contextos. Una idea que vale por sobre todo y le da vida y forma a una muy buena obra de teatro.

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Entrevista realizada por alumnos de TEA

¿A partir de qué surgió la obra final? ¿Hay algo en particular que te sirvió para inspirarte? Cuestiones personales, otra obra, algún libro, etc.
El proceso de ensayo de la obra duró casi dos años. Durante este proceso, como es de imaginar, pasamos por distintas etapas. Probamos muchas cosas, fuimos, volvimos. Nos alejamos mucho del origen, que había sido una situación de encierro, tres mujeres, y "algo con la cebolla". Hasta pensamos, y las ensayamos, en hacer unas coreos donde las chicas cantaban y bailaban. Luego hicimos algunos ensayos abiertos y para mí eso es fundamental. Te hace reflexionar sobre la obra desde otro lugar, más allá de estar de acuerdo o no con lo que ven los demás. Ahí es cuando caen muchas fichas. Y empezamos a recortar. Y finalmente nos dimos cuenta de que habíamos vuelto al origen, pero desde otro lugar, habiendo experimentado muchas cosas. Fue un aprendizaje enorme, y absolutamente todo lo que hicimos nos sirvió para armar la obra final.

En este caso sobre todo una obra de Boris Vian, que se llama "Los constructores de imperios".

Otra cosa curiosa con respecto a la creación de la obra, fue que un día, hablando con mi abuela (que dicho sea de paso tiene 94 años), le conté un poco de qué se trataba la obra, y me contó que ella había conocido a una mujer, que luego fue una gran amiga, durante el bombardeo a Plaza de Mayo del '55. Mi abuela le ofreció refugio a esta señora, que luego terminó siendo como una abuela postiza para mí. Cuando me contó eso, quedé fascinada. La concordancia de la realidad con la ficción a veces es sorprendente.

¿Por qué el tema de escapar de la realidad?
Creo que muchas veces buscamos eso, un refugio, o nos encerramos en nosotros mismos, por miedo a los demás, por miedo a una realidad que nos abruma de imágenes, de sensaciones, de problemas. No somos capaces de afrontar al otro, porque lo vemos como enemigo. No nos enseñan a confiar en el otro, a apoyarnos en él, y sí nos enseñan que "no hay que hablar con extraños", que "no se puede confiar en nadie".

Sin embargo, por otro lado, el otro es el único que nos ve en nuestra totalidad. Nosotros solo vemos partes de nuestro cuerpo, incluso no llegamos a vernos las espaldas sino fuera por la ayuda de un otro, en este caso, un espejo. El otro nos devuelve una imagen de nosotros mismos, nos construye y somos a su vez esa construcción. Me interesó en la obra tomar esa temática, haciendo de algo real –el encierro-, una métafora. Ellas se refugian, sí, porque afuera hay ruidos que resultan amenazadores. Qué pasó, no lo sabemos. Quizás huyan de ellas mismas, por no soportar el mundo que ellas han creado (Atalia) o que le han impuesto, en el caso de Boris. De hecho Atalia y Boris, viven el asunto del encierro de maneras distintas y se relacionan de diferentes formas con el “otro”.

¿Por qué el nombre si la obra no habla de los métodos para no llorar sino que sólo es una línea dentro del guión?
Métodos para no llorar, el nombre de la obra, surgió cuando ya estaba casi lista. Nos faltaba el título. Y un día apreció así, como por arte de magia. Y nos cerró en todo sentido. Por un lado por el tema de las cebollas, que es lo único que tienen para comer. Lo de la cebolla también surgió primero como algo real, que devino en metáfora, de la capas de la realidad y de las personas, y de cómo Boris y Atalia van dejando caer ambas, hasta llegar a un corazón, genuino y sincero con ellas mismas. La cebolla, además, es algo que te hace llorar, que puede utilizarse como excusa, para derramar el verdadero llanto. Lo que ellas encuentran en ese lugar, sin buscarlo concientemente, son métodos para no llorar, formas de poder disfrutar de la vida, a pesar de que no siempre todo es lindo. Una salida dentro del propio encierro. Los personajes, a veces, no encuentran lo que buscan, sino lo que necesitan.

Se que le dan mucha importancia a lo estético ¿Más que en otras obras o es lo que debería ocurrir en todas? ¿Por qué?
Con respecto a lo estético, confieso que tengo especial obsesión. Creo que la imagen es muy importante a la hora de contar algo. Predispone al espectador de otra manera. Se ve el cuidado en la puesta, y eso ayuda a crear el clima exacto para trasmitir lo que se quiera trasmitir.

¿Cada elemento de la escenografía fue pensado?
Sí, creo que la escenografía tiene su función y no puede haber cosas de "decorado" simplemente. Por ejemplo, en un momento tenía ganas de que haya muchas cajas de cartón en escena para que se notara que el lugar estaba abandonado pero me di cuenta de que solo con un par nos alcanzaba, entonces, para qué más? Prefiero lo simple a lo barroco. El espectador no necesita tantos datos. A veces se lo subestima, pensando: no va a entender, o se va a malinterpretar. A mí eso no me preocupa porque lo que entienda el espectador sea lo que fuera será valido.

En la obra hay una buena utilización del espacio ¿Eso fue pensado o es algo natural?
Esto tiene que ver con mucho ensayo y con una forma de trabajo que me interesa indagar sobre el espacio y sobre los cuerpos en el espacio. Sí, todos los movimientos, en general, fueron pensados para mantener el equilibro espacial en escena. Como sabíamos que estrenaríamos ahí, los últimos dos meses los utilizamos para terminar de definir la puesta y nos dedicamos sobre todo a eso: el espacio. Que ellas se sientan cómodas, se adueñen de ese espacio, puedan circular por él a gusto fue fundamental. Si bien no todos los movimiento están marcados, porque aún hoy, luego de cuatro meses, hay cosas que siguen siendo improvisadas, sí hay una dinámica que sabemos que tiene que funcionar, una compensación para que la escena no se "pegotee", porque además al ser dos, no es fácil abarcar todo ese espacio.

¿Por qué el hecho de que la historia no tenga un hilo conductor? ¿Qué le brinda esto a la obra?
La obra anterior de dirigí y también escribí (junto con Agustín Pruzzo), tenía en ese punto cierta similitud. Hay algo en el relato lineal que no me atrae. Me gusta que el espectador reconstruya a partir de ciertos indicios el resto de la historia, que pueden ser muchas. De esta manera se pone en juego algo del espectador, sus recuerdos, sus miedos, sus frustraciones, sus alegrías. Así como hay quien pensó que la obra eran dos nenas que estaban jugando, otro imaginó que afuera había una guerra, y también hubo alguien que pensó que todo era un sueño. Eso de lo mágico, la multiplicación; que surjan de algunas imágenes, muchas imágenes. Que se abran mundos.

¿Qué significa el beso que Boris le da a Atalia?
Es la forma que encuentra Boris, torpe como es emocionalmente, de demostrarle todo el cariño que tiene por Atalia, todo lo que la necesita. También me interesaba la idea de meter algo del descubrimiento sexual de Boris, tan niña que parece al principio y que a lo largo de la obra va madurando. Por otro lado, la reacción de Atalia, el abrazo que se dan después, da cuenta de que la relación ha llegado a ser muy íntima, debido quizás a la situación extrema en la que se encuentran.

¿Por qué cree que la obra lleva ya tanto tiempo en cartelera? Ya va a ser el cuarto mes.
Lo del tiempo en cartelera es relativo, así como la cantidad de gente que va a verla. Prefiero pensar que por ahora disfrutamos haciéndola y que ya haberla estrenado es un logro teniendo en cuenta que no recibimos ninguna ayuda de ningún lado, hasta después de estrenada la obra, que Proteatro nos otorgó un subsidio, que todavía estamos esperando cobrar....

¿Qué idea pretenden que se lleve el público?
Como dije antes, pretender algo del público, es, a la vez, pretencioso. Lo que más me gustaría es que puedan volar, imaginar, sentirse atrapados por la historia, aunque no entiendan bien qué pasa. Creo que hay cosas que no pueden entenderse desde la razón, que hay climas, silencios, imágenes que penetran desde otro lugar y dejarse atravesar por eso no es fácil. Eso intentamos, si logramos una cosita nomás, en algunas personas, ya estamos hechas.


¿La creación fue diferente que en Familiar, su anterior obra?
Cada obra tiene su proceso, sus tiempos. Algunos puntos en común con Familiar son el haber hecho la dramaturgia junto con los actores, y que ambos fueron procesos de investigación, de prueba y error, de construcción en equipo.

Sin embargo el hecho de que Métodos la haya dirigido y escrito sola, ya marca una diferencia importante. También haber vivido la experiencia anterior hace que algunas cosas se mejoren aunque se cometan otros errores.

Tampoco uno es la misma persona, y eso también influye. Y las personas integrantes del elenco tampoco son las mismas, por eso creo que cada experiencia es única e irrepetible. Y maravillosamente enriquecedora.

Comentario de Carlos Diviesti

¿Un panorama de guerra? ¿Una zona de desastre? ¿Una casa abandonada? ¿Una playa solitaria? ¿Dónde estamos o adónde vamos? Viajando desde lo desesperado hasta lo melancólico, el espíritu tiene lugares cuya escarpada geografía provoca angustia. Esa quizás sea la tela donde Josefina Sabaté y Baudrón pinta MÉTODOS PARA NO LLORAR, un fresco que va de lo goyesco a lo impresionista y que privilegia lo onírico y lo sensorial por sobre la anécdota sin que esto último actúe en detrimento del espectáculo. Al contrario. Dos estupendas actrices (Bárbara Molinari y Martina Schvartz), anverso y reverso de la moneda, nos conducen hacia un sitio extraño de nosotros mismos, el de prestarle atención a nuestras emociones sin necesidad de comprender por qué nos emocionamos, sin necesidad de hacernos fuertes porque en el fondo siempre somos vulnerables.

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